- Exposición: Arte académico y nuevos rumbos
- La atracción de lo exótico
Para muchos artistas europeos de finales del siglo XIX, el atractivo de tierras y culturas exóticas se hizo cada vez más irresistible. El artista Paul Gauguin (1848-1903) tras haber pasado los años de su infancia en Perú, algún tiempo en la marina mercante y haber visitado Madagascar, ya era un viajero experimentado cuando decidió ir a Tahití en 1891. Gauguin fue a Tahití con la esperanza de encontrar un paraíso primitivo y «vivir allí en éxtasis, calma y arte». Fueron las dificultades económicas en su hogar y un creciente interés por el arte no occidental lo que hizo que Gauguin fuera a Tahití, escapando de la «lucha europea por el dinero» y conseguir «por fin la libertad». Como escribió al también artista Odilon Redon en septiembre de 1890:
Incluso Madagascar está demasiado cerca del mundo civilizado; iré a Tahití, donde espero acabar mis días. Considero que mi arte, que te gusta, hasta ahora es solo un esqueje, y ahí fuera espero cultivarlo para mi propio placer en su estado primitivo y salvaje.
El uso que Gauguin hizo del color y el simbolismo lo diferenciaron de sus contemporáneos. Mujeres de Tahití, en la colección del Museo de Orsay, muestra a dos mujeres de Tahití sentadas en la playa. Sus figuras, y sus rostros melancólicos como si llevaran máscaras, dominan el espacio pictórico y crean una composición rítmica. La pose pensativa de Mujeres de Tahití se encuentra en muchas otras obras de Gauguin; haz clic aquí para conocer su arte en mayor profundidad en Europeana.
El arte, la moda y la estética japoneses tuvieron una gran influencia en los artistas occidentales durante finales del siglo XIX. La influencia del japonismo comenzó a sentirse en la década de 1850, cuando comenzaron a aumentar los volúmenes de exportación de Japón a Europa de cerámica, muebles y estampas (ukiyo-e). En 1867, Japón pudo representar su arte por primera vez, con su propio pabellón, en la Exposición Internacional de París. Muchos artistas progresistas, como James McNeill Whistler, Mary Cassatt y Vincent Van Gogh, admiraban las obras de artistas japoneses contemporáneos, como Hiroshige, Utamaro y Hokusai. El plano espacio pictórico y audaz uso del color en ukiyo-e fue una revelación liberadora para los artistas occidentales formados en la tradición académica.
El cuadro Chica en kimono blanco del pintor y fotógrafo holandés George Hendrik Breitner (1827-1953) representa el punto álgido del japonismo holandés. Breitner pintó al menos una docena de cuadros de esta temática en torno a 1894, inspirado en la estampas japonesas.
La chica del cuadro es Geesje Kwak, de 16 años, una vendedora de sombreros y una de las modelos habituales de Breitner. El artista la pintó de forma enérgica, al estilo impresionista, siendo el suelto kimono estampado el centro del cuadro.
Breitner es más conocido por sus representaciones de temas cotidianos humildes en los Países Bajos: vistas de la ciudad, vida callejera y personas normales centradas en sus quehaceres. En 1882, Breitner conoció a Vincent Van Gogh en La Haya y pasaron algún tiempo juntos, dibujando a personas trabajadoras de los barrios más pobres de la ciudad, motivados por su preocupación por las clases más desfavorecidas de la sociedad. Eldescubrimiento en 1961 de una gran colección de negativos fotográficos de vídeo reveló que Breitner fue también un talentoso fotógrafo. Haz clic aquí para ver los dibujos de Breitner, sus cuadros y fotografías en Europeana.
En el próximo capítulo de Los rostros de Europa, analizaremos en mayor profundidad el realismo en el arte, descubriremos el cambio en el papel de las mujeres artistas, y veremos cómo los artistas pintaron mundos interiores en las décadas antes y después de 1900.